PERSUASION INVISIBLE


PERSUASIÓN INVISIBLE



La “persuasión invisible” forma parte de la publicidad. Se ha podido observar que gran parte de esta última es de por sí invisible (de la misma forma que un iceberg tiene tres cuartas de su volumen sumergidas en el agua), con el objeto de evitar la resistencia o las formas de defensa del consumidor. En algunos cines se proyectan a mitad de los filmes anuncios que estimulan cierta actitud consumidora, y ello a una velocidad tal que los mecanismos conscientes no los registran, pero quedan grabados en su subconsciente. Se ha comprobado que estos anuncios invisibles producen un aumento de consumo, durante los descansos, de determinadas marcas de bebidas refrescantes, o de productos alimenticios. Y existe el temor de que, en algún momento, esta forma de publicidad invisible pueda ser utilizada con fines políticos o de dominio, para inspirar ciertas actitudes electorales o aparentemente cívicas que puedan llevar a otras de sumisión.


Entre las características de la persuasión invisible están las formas y los colores. En algunos almacenes o mercados se ha podido comprobar que entre los productos idénticos de forma y marca los consumidores se inclinan por los que tienen un color determinado. A veces, los colores están relacionados con ciertas marcas prestigiosas que los emplean para sus productos,  pero generalmente  se prefieren los colores vivos como el rojo, o los de “moda”, puestos de actualidad por los modistos.
Si, por una parte, la publicidad es un motor del consumo, por otra es también uno de los más perecederos objetos de consumo de nuestra sociedad: se destruye a sí misma  a gran velocidad, especialmente por su abundancia. El habitante de una gran ciudad recibe decenas, quizá centenas, de mensajes  publicitarios al día . Entran en su hogar por todas partes: la radio, la televisión y la prensa  son los modos habituales, pero también la publicidad está presente en el teléfono, en el correo –cada vez más disfrazadas, más personalizada-, en el agente de ventas que le visita y le ofrece productos de muestra gratuitos o le solicita una respuesta a preguntas de encuesta –“su opinión es valiosa”-, la encuentra en la calle, en el autobús, en el taxi, en los reclamos luminosos, en las carreteras, pintada en las aceras. La encuentra en sus semejantes y, finalmente, él mismo se convierte en portador de publicidad.


Ciertas camisas llevan bordada la marca de fábrica, determinados pantalones la proclaman en grandes letreros nada discretos, y el portador de publicidad  se siente ingenuamente satisfecho de llevar encima el producto prestigiosa, convirtiéndose así en persuasor gratuito, en un poste anunciante.

El consumidor actual vive inmerso en la publicidad y él mismo es agente publicitario. Por eso, el consumo de slogans o de imágenes es inmenso.

La publicidad engendra publicidad, y se multiplica a sí misma.
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