¿Cuál es el secreto de los hombres prósperos?
Cuando estaba joven (bueno, aun lo soy, pues sólo tengo 42 años y a decir verdad me siento
mucho más joven que cuando tenía veinte años o menos pues, entonces no poseía aún el misterioso secreto del éxito), cuando era joven entonces, frecuentemente iba al aeropuerto...
En verdad, iba allí, algunas diez veces por semana... No era para tomar un avión hacia lugares nuevos, cada vez... Era simplemente para acompañar a las personas: ¡Yo conducía un taxi! EA, sí, para pagar el costo de mis estudios (mi familia no tenía mucha fortuna), yo ocupaba casi todo mi tiempo libre en conducir personas al aeropuerto...
Algunas personas viajaban por negocios hacia las grandes capitales del mundo, otras tomaban vacaciones... Frecuentemente yo volvía a llevar los mismos clientes días (o semanas) más tarde...
Más bronceados, o más ricos... No sé quien dijo que el dinero no era la felicidad. (Debo decir sin embargo que al respecto tengo mi idea: En mi humilde opinión -y no estas obligado de compartirla- se trata de alguien que nunca “ganó un real” pero que hubiera querido hacerlo, o de alguien -y lo pienso más de este lado- que era muy rico, pero por egoísta no quería soltar madeja).
Sea como sea, no me faltó mucho tiempo –al menos centenas de pasajeros- para darme cuenta de qué lado pendía mi corazón. Se dice que en la vida es preciso saber lo que uno quiere.
Y bien lo que yo quería era simple: dejar un día (no solamente un día, sino el resto de mi vida) de conducir personas al aeropuerto y ser aquel que se hacía conducir1a...
¿Simple, no es así?. Estoy seguro que ustedes concordarán... ¿Nada menos?. ¿Cómo hacerlo?
¿Acaso, mi modesto origen (mi ausencia de contactos y de dinero) me prohibía lograr un día realizar mi sueño que era: hacer lo que me gustaba y, que se me pagara por hacerlo, de
preferencia, más bien, que mal?
Mi sueño, les doy miles, era trabajar en una gran agencia de publicidad en la Avenida Madison de Nueva York donde se encuentran la mayor parte de las grandes agencias de Estados Unidos, y, del mundo entero...
Sentía que tenía en mi el talento necesario para hacerlo... Y por lo tanto, conducía siempre mi “Yellow Cab” (en caso de ignorarlo, es el nombre que se le da a los taxis amarillos en Nueva York: a todos los taxis pues todos ellos son amarillos...)
Los turistas encuentran éstos taxis, además, como muy poéticos: ¿Por qué? No son ellos quienes los conducen en las ardientes calles de Nueva York...
Dado que, había terminado mis estudios, hacía muchos meses ya y no lograba encontrar el
“súper” empleo con el que yo soñaba... a donde iba, se me daba siempre la misma respuesta, casi sin variantes: “No tienes experiencia. Sólo contratamos a aquellos que tienen experiencia...”
Como en un círculo vicioso, difícil de imaginar mejor, convendrán ustedes. Por otra parte no tienen, sin duda, que cavar mucho en su memoria para rechazar aflicciones semejantes...
Conducir un taxi (no importa cual, como se dan cuenta, pero un célebre “Yellow Cab”) no es quizá muy lucrativo. Sin embargo esto lleva a reflexionar. Cuando se es joven, ambicioso, y las circunstancias contrarían tus ambiciones, uno se pone, tarde que temprano, a reflexionar...
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